La fábula económica del Patito Feo
Érase que se era una familia, el padre muy responsable, la madre muy hacendosa, bienavenidos, bondadosos, sensatos y volcados en sus hijos, en número de cuatro.
Ambos les inculcaban valores, y según entraban en la juventud les animaban a elegir un oficio o profesión a la vez que les costeaban el aprendizaje.
El hermano mayor decidió estudiar Ingeniería. De los cuatro fue el que más sudó para obtener el título.
Durante muchos años no tuvieron más hijos, a pesar de que lo intentaron, como se suele decir. Misterios de la vida. Además como su único hijo era bastante feo temieron que no lo quisiera ninguna mujer. Después desarrolló su propia personalidad.
La segunda eligió Derecho. Le costó aprobar.
El tercero Empresariales. También tuvo que estudiar, aunque no tanto como el mayor de todos.
La cuarta escogió Agrónomos, es decir Ingeniería Agrónoma, que le costó poco sacar porque era una superdotada.
El hermano mayor, el Ingeniero, terminó los estudios con dos años de retraso porque los profesores se enorgullecían de un alto porcentaje de suspensos. Su padre estaba muy orgulloso de él, del esfuerzo que había mostrado y de la solidez y materialidad de sus conocimientos. Pero no encontraba trabajo por la sencilla razón de que apenas se demandaban ingenieros. Pasaron meses y tuvo que ganarse la vida de camarero.
En cambio la segunda iba encontrando un empleo aquí, otro allá. Se metió en una bolsa de interinos, de las muchas a las que podía optar, dado que en un país del sur hay muchísimo trabajo relacionado con el derecho, las gestiones etc. Otras temporadas ejerció de abogada. Al final se fue acoplando en un ministerio y acabó de fija.
El tercero, muy extrovertido, fundó una empresa de logística con unos socios de confianza. Adquirieron varios camiones articulados, alquilaron una nave en un polígono industrial y a partir de entonces las anotaciones de sus cartillas tenían tantos dígitos que no les cabían en los campos asignados.
Por último, la benjamina convenció a sus padres para que le compraran unas tierras y un tractor. Como la zona se había desertificado apenas crecía nada, pero ella no obstante sembraba y no cosechaba. ¿Para qué? Pues para cobrar las subvenciones. En el pueblo donde residía la tenían por una gran trabajadora, con su mono azul de obrero, sudorosa, coloradota y morena por el sol.
El mayor, el Ingeniero que no ejercía de tal, como apenas ganaba para mantener a su familia, residían en un piso de alquiler. En cambio cada uno de sus hermanos con las décadas se fueron haciendo con entre uno y tres pisos cada uno. Su patrimonio se valoraba altísimo.
Este chico era soñador y contaba con el apoyo moral de sus padres, ya que no económico. Imaginaba toda suerte de ingenios y sus hermanos opinaba que vivía en las nubes.
Una día la benjamina comentó que el clima se estaba secando, que aún con irrigación era tal el calor que los cultivos se marchitaban.
--¡Qué más da!-- le respondió su hermano empresario. --Uno siempre puede comprar y vender. En realidad la agricultura representa una parte minúscula de la economía.
Esta benjamina se sintió incomprendida esta vez.
--Esto va a acabar mal-- añadió el hermano ingeniero, pero como disfrutaba de poco prestigio entre sus hermanos sus palabras cayeron en yermo.
A pesar de que sentía la necesidad de trabajar de lo que fuera y sin parar para mantener a su familia, sus padres le convencieron para que hiciese una formación de Mecánico de Automoción. Por la tele habían dicho que quedaban muchos puestos sin cubrirse, pero cuando terminó un par de años después descubrió que no tantos. Ganaba lo mismo aunque, sí, el trabajo le resultaba un poco más motivador.
Por las noches empezó a soñar, no despierto sino dormido, con mecanismos. Y de día continuaba con sus sueños visuales. Cada vez hablaba peor porque el cerebro espacial estaba comiéndole terreno al lingüístico. Su mujer se daba cuenta de lo que le pasaba. En el taller cogió fama de resolver problemas difíciles.
Ya he dicho que el hijo ingeniero les llevaba bastantes años a sus hermanos. Hasta que los demás no alcanzaron la edad escolar sus padres le habían llevado a un colegio bilingüe de alemán, que llegó a hablar perfectamente, pero que luego olvidó cuando siendo cuatro hermanos la economía familiar sólo daba para enseñanza pública.
Pero estos años germanos habían dejado un poso. Su futura esposa debió de notar algo, tal vez se sintió atraída hacia un fondo, una vacilación en el uso del castellano. A fin de cuentas ella había estudiado Filología Germánica, sin llegar nunca a identificarse con el alemán. Sin embargo su futuro marido sí.
Y cuando empezó a trabajar de mecánico y a tener esos sueños mecánicos de noche y de día, observó que su habla empezaba a mezclar los dos idiomas. A veces sólo ella le entendía. Sus hijos notaban un aura positiva y se sentían bien es su presencia, pero su mente lógica les avisaba que les había tocado un raro por padre, y ser raro no se llevaba en esa sociedad.
--Uf, está todo cada vez más caro-- comentó uno de los cuatro en una insípida y frustrante reunión familiar.
--También los pisos, y los salarios-- le corrigió el hermano empresario. --¡Qué más da! Lo uno por lo otro
--Primero inflación, luego deflación, cuando no haya riqueza para comprar nada.
--¡Catastrofista!
--Y el género se pudra en los estantes.
Entonces se desató una guerra muy grave en el Continente. El país R invadió buena parte del país U, y los circundantes temían que R continuase conquistando territorio así que empezaron a armarse. Decidieron aumentar su gasto en defensa. Algunos de estos países eran alto-tecnológicos, así que decidieron fabricárselas ellos mismos, a pesar de que los economistas les aconsejaban comprarlas porque les saldría más barato. Entonces en estos países el empleo tecnológico creció. Parte de estas armas de nueva fabricación las exportaban, lo que mejoró mucho su balanza de pagos.
La situación de guerra habían ahondado las diferencias económicas entre Norte y Sur.
Su mujer le animó a estudiar alemán. Le resultaba inexplicablemente fácil, como si lo hubiese hablado en una vida anterior. Avanzaba rápido. Después pasó a trabajar en una fábrica. Los encargados le pedían consejo porque se implicaba mucho con las máquinas y el proceso de fabricación y porque se le ocurrían ideas útiles. Sus compañeros le tenían por excéntrico y soso. La fábrica fabricaba componentes para armas extranjeras.
Ahora la familia estaba preocupada por la benjamina porque su zona se había vuelto un páramo sin remisión y además corrían rumores de que las subvenciones se iban a vincular a la productividad, no a la propiedad, pero siempre ganaban las elecciones partidos encubierta o abiertamente conservadores, que mantenían dicho régimen de subvenciones. Nada que temer por ahora.
Labrar, sembrar, gestionar la percepción de subvenciones. Una farsa que debía representar pero que no acababa de convencerle.
Entonces ocurrió. La mayoría de los olivos y encinas se murieron por una plaga, favorecida por las altas temperaturas. Los precios, que no habían parado de subir, de repente se desplomaron. El Estado se quedó sin fondos y suspendió el pago de los salarios a los funcionarios. No se cultivaba apenas, el clima se había vuelto impredecible, y el país no facturaba lo suficiente como para importar la comida que faltaba, con o sin redistribución de la riqueza.
La benjamina reconocía que nos lo merecíamos porque nos habíamos limitado a explotar la naturaleza, en lugar de cuidarla.
Mucha gente joven y lanzada emigró a países del Norte, pero sólo les esperaba un futuro halagüeño a los que se habían preparado para producir verdaderos bienes y servicios.
Una tarde su mujer llegó con unos impresos en alemán. Le estaba gestionando un puesto de trabajo en el extranjero. ¡Menuda locura! Es que la situación nacional era insostenible. En las calles del país se veían bolsas de basura sin recoger, y cada vez más gente iba por las aceras abriéndolas en busca de restos de comida. Los inmuebles en los que habían materializado sus ahorros no valían nada, reducidos a ladrillos y hormigón, como si un mendigo se hubiese gastado sus ahorros en galas sin más provecho.
Diez días después el ingeniero y su familia, que había creído en él, despegaron rumbo a otros horizontes hacia los que, en cierto sentido, estaban conformados. Sus hermanos no fueron a despedirle, demasiado ocupados con afrontar la calamitosa realidad. Sólo padres les acompañaron al aeropuesto y contemplaron con lagrímas en los ojos el avión, blanco como un cisne, que se remontaba y alejaba. Entonces, cuando bajaron la vista, vieron que estaban rodeados de patitos soeces y vulgares que repetían una algarabía cacofónica de cuac, cuac, cuac.