Kokoro Alt (alternativo)

Recordarán cómo en mi célebre novela Kokoro el protagonista induce a su amigo al suicidio para quedarse con su novia. A ello desearía añadir dos puntualizaciones que me he reprimido de expresar todas estas décadas transcurridas:

  1. La novela narra sucesos reales, no ficticios, y
  2. todo ocurrió tal como se cuenta hasta la muerte de AMIGO; después ocurre algo distinto.

Por lo demás procedo a relatar la continuación verídica a partir de la muerte de AMIGO.

Una rudimentaria ambulancia se llevó el cuerpo que se desangraba a ojos vista y sin ofrecer muchas esperanzas de supervivencia, la verdad. Caminé con ELLA hasta el hospital, pero sólo dejaron acompañarle a la persona más cercana. Esperando en un banco, sin hambre ni sueño, aguardaba el desenlace mordiéndome los nudillos. Perdí la noción del tiempo y sólo recuerdo verla salir con el cabello suelto y revuelto, y que me enseñó el certificado de defunción.


A partir de ahí mi vida sólo podía dirigirse en una dirección, como narro en la novela que en su día publiqué para los que la hayan leído. (Brevemente, me acabo suicidando adentrándome a nado en el mar hasta que me fallan las fuerzas.) Nada más lejos de lo que en realidad ocurrió.


ELLA no regresó nunca más al piso ni su madre me dió información alguna de su paradero. Curiosamente, la mujer que por conseguir había sacrificado a otra persona, amigo o no, ya no me interesaba tanto, o al menos había dejado de necesitarla. Por supuesto, no me casé con ella, como falsamente cuento en la novela. Desapareció sin dejar rastro, como quien dice.

No volví a verla... hasta mucho después, a pesar de que continué residiendo en esa vivienda, y verla la vi en otro contexto.


Yo ya no permitía que su madre entrase en mis aposentos a limpiar y a ordenar. No le dejaba porque los primeros días dispuse un altar con fotografías—no encontré ninguna de ella— y sobre todo objetos suyos o cercanos a AMIGO. Mi intención era indagar, profundizar, eso creía, en mi propio sentimiento.

(¿Puede el sentimiento, nuestros estados mentales, servir de fuente de conocimiento? Bueno, según Jung sí, interpreto.)

Pasada esta fiebre inicial empecé a investigar en sus papeles, en sus escritos. Entre muchos desconectados, había dicho una vez que un hombre, o mujer, se definía por lo que había hecho, escrito, fabricado, dibujado... Había dejado muchos, trazados con una caligrafía antigua en la que predominaban sospechosamente los caracteres chinos. Comprendí por qué mi AMIGO se empeñaba en llamarlos ideogramas, de puro cariño que les tenía. Añadiré que yo los comprendía bastante bien dado que mi especialidad era la Historia. (Creo que eso no lo declaro explícitamente en la novela Kokoro, de la cuál reniego.)

Concluí mis estudios y obtuve el título.

Después, antes de colocarme en la universidad, estalló la guerra con Estados Unidos.

Me reclutaron, como a todos los varones de mi edad, pero por suerte no llegué a combatir, lo cuál del bando nipón solía acabar en muerte o lesión grave para nosotros. Los bombadeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki me sorprendieron en una trinchera de una isla que íbamos a defender con uñas y dientes, en vano. Me libré por los pelos de una muerte cierta, con mis pésames para los irradiados, que precipitaron la firma de la paz.


Cuando desembarqué me dirigí a la anterior vivienda, con un extraño dolor. Había sido más feliz bajo los cielos abiertos de aquella isla condenada, olvidado del pasado. Contaba con encontrarme a la madre y continuar con mi vida donde la había dejado. Hacer valer mi título. Consternado me enteré de que otros inquilinos la habían ocupado. Pregunté al casero pero no me supo dar ninguna pista sobre a dónde se había mudado.

Habían desaparecido todos mis documentos.

Conseguí una habitación y manutención gratuitas por mi situación de excombatiente. Por las mañanas me presentaba en la secretaría de mi facultad a solicitar una copia de mi título. Varias mañanas seguidas. No tenían constancia de que hubiese cursado tales estudios ni obtenido el título. Los procedimientos administrativos se habían reformado y modernizado recientemente.

Un funcionario subalterno se solidarizó con mi caso. Apuntó mi dirección y prometió contactar conmigo en cuanto supiera algo. Pocos días después recibí un telegrama suyo que me invitaba a entrevistarme con él en otra facultad, la de Tecnología.


—No he encontrado ningún documento que certifique que Ud. se ha licenciado en Historia.

—¡Pero si yo...!

—Pero sí he encontrado una licenciatura suya en Cibernética. Las notas de todas las asignaturas y hasta el trabajo de investigación final, cada una firmada por el profesor correspondiente. ¡Enhorabuena!

Y continuó —por supuesto, le creo a Ud. cuando me cuenta que no ha cursado esa carrera técnica sino una de humanidades, especialidades muy diferentes. ¡Es lo que hay!

Sentí desesperación. ¿Intentaría enseñar cibernética sin saber nada de ella? Por otro lado, este empleado mal pagado se había ofrecido generosamente a resolver mi caso.

—Estoy muy agradecido por el tiempo y esfuerzo que ha dedicado tan desinteresadamente a ayudarme en mi apuro. ¿Podría expedirme el título, le ruego?


¿Cibernética? Una palabra que hoy en día apenas significa nada y que para un licenciado en Historia de entonces menos. Corrí a la biblioteca a empaparme. De primeras me llamó la atención que hubiera muchísimos libros en idioma nipón sobre la materia. Algunas obras de consulta se ofrecían en los estantes de la sala de lectura.

La mayoría, y las que me interesaba leer, se almacenaban en sótanos. Había que mirar la localización exacta en un fichero de cartulinas manuscritas y pedirlas en el mostrador. A menudo se equivocaban de libro, la ubicación estaba mal anotada o yo la escribía mal. Una pesadilla. Por desgracia muchas bibliotecas mantienen este sistema.

Me sumergí en un mundo fascinante aprovechando mi titulación traspapelada. Muchas ramas o no me atraían o me parecían inútiles. Muchos conceptos y tecnologías.


Como ya he relatado, había perdido no sólo mis documentos sino también los de AMIGO. Sólo me quedaban recuerdos. En el caso de mis estudios de Historia, las fechas y los nombres empezaban a caer en el olvido, si bien me quedaba el recurso de volverlas a memorizar. Este fenómeno motivó en mí una reflexión profunda sobre la memoria. Estaba llevando a cabo una verdadera arqueología de mi mente, cuando paseaba por ejemplo. Descubría continuamente que sabía cosas insospechadas.

La más llamativa, AMIGO en sus escritos hablaba de algo llamado PROLOG, que en nuestro idioma no significa ni evoca nada. Aparecía en sus reflexiones sobre lógica. Encontré esta misma palabra, que había olvidado, en mis recientes lecturas técnicas.

PROLOG aludía a un lenguaje de programación informática que servía para razonamientos lógicos. (Eso explica que apareciese en reflexiones suyas sobre lógica.) En efecto, el nombre venía de la contracción de Programation Loguique, o programación lógica en una lengua occidental llamada francés. De primeras más que un lenguaje de programación parecía una notación, una forma conveniente de representar pensamientos. Supuestamente para poderlos manipular mejor. O encargar de ello a una máquina. (Yo todavía no las llamaba ordenadores.)


PROLOG a primera vista sólo se diferenciaba del lenguaje cotidiano en unos signos de puntuación:

Debido a esta notación tan rara los textos largos en PROLOG costaba entenderlos. También se pueden poner ejemplos muy sencillos, a lo cuál procedo:

contenta(maria) :- no(llueve).

que significa que María está contenta si no llueve, bastante fácil de deducir. A un matemático le recordaría bastante a la notación funcional.


Gracias a mi condición de Licenciado en Cibernética se me permitió el acceso a terminales. (Al solicitarlo aún balbuceaba al pronunciar la novedosa palabra ordenador).

Volviendo a la idea de hacer arqueología de la propia mente, PROLOG despertó en mí una anterior búsqueda, antes de cursar Historia, la de cómo relacionar unos conocimientos con otros.


Observaba que muchos universitarios técnicos, con los que empecé a tratarme de tanto coincidir con ellos, me respetaban y admiraban por hablar bien, como si ello sirviera para avanzar en tecnología. La lengua enlazaba y conectaba todas las disciplinas. Más y mejor que el lenguaje, PROLOG prometía tender un puente entre todas al aportar la lógica.

Mis conocidos que habían intentado aprender PROLOG lo consideraban difícil. En algún sitio leí que era mejor no partir de conocimientos de programación. Exactamente mi caso..

Me dí cuenta de que mi interés por PROLOG y por la programación informática era de naturaleza diferente de la de estas nuevas amistades. Sentía, más que interés, pasión. Una atracción febril pues esbozaba programas a mano esperando mi turno frente al terminal.


PROLOG poseía su propia lógica. Al principio su estructura parecía de lo más razonable. Era una lógica específica, no general. Sin embargo permitía hacer muchas cosas, todo tipo de cosas. Era polimórfico, es decir de muchas formas. ¿Como la mente? PROLOG me absorbía. Empecé a sospechar que me estaba haciendo enfermar. Igual que el Anillo absorbe a Golum en la obra de Tolkien y lo convierte en una piltrafa.


En la vida real vivía de un subsidio para excombatientes, vales de comidas y demás. Pero se veía su fin a la vez que la economía reconstruida demandaba trabajadores. Me alegré de salir, aunque obligado, de este limbo temporal.


Curiosamente, con mi flamante licenciatura en Cibernética y superficialmente enterado de qué iba dicha ciencia no me costó encontrar trabajo en una fábrica. Parecerá un empleo precario, prole, sucio. Nikon continuaba avanzando por la senda de la industrialización, sóla y señera en Oriente hasta el despertar del gigante chino y del vecino coreano. Esta fábrica fabricaba robots. Lo más puntero, entonces, ¿y ahora?

Había descubierto en mí un talento especial para la mecánica. De catedrático, o profesor adjunto, de Historia a vulgar operario.


Una vez reuní fuerzas para abordar a un ingeniero. Un tipo bastante campechano por lo demás. Había una pregunta que me rondaba desde hacía días. Hasta entonces no me habían explicado casi nada, y como no me había apuntado a los cursillos de promoción interna...

—¿Estos robots sirven para fabricar otras máquinas?

—Sí, sin duda, todo tipo de maquinaria.

—¿Incluídos robots?

—Eh, sí.

—¿El mismo modelo de robot?

—La respuesta una vez más es un rotundo y esperanzado sí.

¡Vaya negocio! Una vez que fabricas una máquina, la misma continua reproduciéndose. No necesitas comprarlas sino que te las fabricas a placer.


Una vez me pidieron llevar un paquete a las oficinas de la primera planta. Cuando entré vislumbré un rostro que me resultaba conocido. Probablemente de mi vida anterior, aquella en la que yo había estudiado Historia y obtenido esa titulación, no la de Cibernética. No consequía identificarlo. Me olvidé del asunto y regresé por las escaleras hasta mi puesto de trabajo.

Otro día a la salida nos mezclamos el flujo de operarios con el de los ingenieros. Me arrimé a él.

—Yo a Ud. le conozco de algo.

—Le repito que no sé de qué me habla.

—Ud. me fascina

—¿Está enamorado de mí?

—No. Además Ud. es cristiano, y los cristianos son homófobos.

—¿Y?

—Pues que se lo tomaría muy a mal.

—No todos los cristianos son heterosexuales ni homófobos.


—Una última pregunta. ¿Cómo programan a los robots?

—¿Qué quiere Ud. decir?

—¡Pero vamos! ¿Piensa Ud. que no sé que sin un programa no moverán ni un dedo? Uds. los ingenieros pasan la mayor parte de su tiempo programándolos.

—No todo el tiempo ni todos los ingenieros.

—Pero Ud. trabaja en el Departamento de Programación.

—Sí.

—¿En lenguaje PROLOG?

—El lenguaje PROLOG sirve bien para programar robots, estos robots.

—Ud. programa en PROLOG, ¿cierto?

—Sí. ¿Cómo lo ha adivinado?

—¿Y tu mujer?

—Devota perdida como yo también. ¡Qué más da una que otra! Religión, quiero decir.

—¿Pero no te sientes nipón?

—¡Yo que sé lo que me siento! Me siento ainu. O norteño. Somos más guais

Sed fértiles y poblad la tierra— cito del Antiguo Testamento.


Nada más lejos de las mentiras que cuento en Kokoro. Quien se quedó soltero fui yo, no él que sobrevivió, se casó con la chica y además tuvo dos hijos con ella, mientras que en la novela yo no tengo uno solo.

—La parejita.

—Son dos niñas, no chico y chica.

—¡Qué más da!

—En el fondo no recibo más ayuda que la que me quitan en impuestos. (Una pegatina de su todoterreno Toyota rezaba: Vehículo híbrido: 23% gasoil 77% impuestos) ¿Ustedes quieren sangre nueva? ¡Pues qué mejor que un ainu del extremo norte del archipiélago nipón!