El Rey Midas
Midas fue un rey mítico de Frigia, en Asia Menor, famoso por su extraordinaria capacidad para convertir en oro todo lo que tocaba. Este don le fue concedido por Dioniso en agradecimiento por su hospitalidad con el sabio sátiro Sileno.
Midas también consideró a Pan mejor músico que Apolo y, como castigo, recibió orejas de burro.
En la mitología, Midas si bien era famoso por su riqueza, siempre quería un poco más. Según algunas fuentes antiguas, Midas o sus antepasados habían conducido a su pueblo, los mosquios o brigios, desde Tracia occidental o la antigua Macedonia hasta Asia Menor, cruzando el Helesponto. Su gran riqueza fue vaticinada ya de bebé, cuando unas hormigas dejaron un enorme montón de granos de trigo junto a su cuna, lo cual se consideró un buen augurio. De adolescente, Midas recibió clases de Orfeo, el gran tañedor de lira.
Un día, el rey paseaba por su famoso jardín de rosas cuando se encontró con un sátiro borracho. El sátiro era Sileno, famoso por su sabiduría, pero en esta ocasión sufría los efectos de la borrachera de la noche anterior. Midas le ayudó a despejarse, le dio de comer y devolvió a Sileno a su maestro Dioniso, el dios griego del vino y la alegría.
Midas acabó llevando a Sileno junto a Dioniso. El dios, agradecido, recompensa a Midas concediéndole un único deseo. El rey responde con astucia que deseaba poder convertir en oro todo lo que tocase.
Resultó que Midas se había pasado de astuto. De camino a su palacio, Midas puso inmediatamente a prueba su nueva habilidad y quedó encantado al ver cómo podía convertir ramas, piedras e incluso trozos de tierra en fantásticas pepitas de reluciente oro. Incluso las flores y las frutas, al ser tocadas por el codicioso rey, se convertían al momento en oro. Sin embargo, las consecuencias de este don no tardaron en hacerse evidentes cuando Midas intentó montar su caballo y éste también se convirtió en metal frío y sin vida. Al llegar a su palacio, las vestiduras doradas del rey rozaron los pilares de la puerta y también se convirtieron en oro al instante. La situación empeoró cuando, al llamar para cenar, el rey intentó lavarse las manos en un cuenco de agua. Pero en cuanto sus dedos entraron en el agua, esta también se convirtió en oro macizo. Esto sí que era un problema. Toda la comida y la bebida que tocaba Midas se convertía en oro, por lo que muy pronto corrió riesgo de morir de hambre. Hambriento y agotado, Midas se echó a dormir, pero ni siquiera allí encontró consuelo, pues los mullidos cojines y la ropa de cama se convirtieron en rígido oro.
El rey acudió de inmediato a Dioniso y le pidió que revocara el poder concedido. El dios dijo a Midas que solo podría deshacerse de él si se lavaba en el manantial del río Pactolo, en Lidia. El río no era fácil de localizar y, tras un arduo viaje, el rey por fin lo encontró y agradecido se zambulló en él. Allí acabó el toque de Midas
y el rey pudo volver a comer y beber.
La moraleja del cuento de Midas es, por supuesto, que no hay que ser demasiado avaricioso, sino conformarse con lo que ya se tiene. Tal vez no por casualidad, y como suele ocurrir en los mitos griegos, donde incluso las historias más disparatadas suelen tener algún vínculo con hechos históricos, el río Pactolo era famoso por sus yacimientos de polvo de oro.