La víctima de sí mismo

Un representante de mercancías viajaba en coche de pueblo en pueblo por su zona. Al terminar una visita en una tienda conducía por una calle estrecha, demasiado deprisa. Ocurrió lo de esperar, de repente salió un niño entre dos coches aparcados, no le dio tiempo a frenar y lo arrolló. Comprobó por los retrovisores que nadie le había visto y siguió adelante.

Empezó a temblar. Se había dado a la fuga.

Terminada la jornada regresó a su hogar. Se sentía muy mal a pesar de que se negaba a sí mismo su malestar. Curiosamente su mujer no estaba, debería haber vuelto ya del colegio. Mejor, pensó. Necesitaba tiempo. Luego vio las llaves sobre la cómoda de la entrada. Debía de habérselas dejado olvidadas. Al darse cuenta, ya en la calle, habría decidido volver cuando calculaba que él ya estaría en casa para que le abriera la puerta. ¿Por qué insistía en deducir qué había ocurrido con su mujer? Seguía muy nervioso. ¿Y si alguien había presenciado el accidente, desde una ventana por ejemplo? Porque porque por la acera no venía nadie, ¿o sí? Aún así, no le habría reconocido ni le habría dado tiempo a apuntar la matrícula. La policía rastrearía cualquier pista, y tratándose de un caso tan grave apuraría sus averiguaciones. En la tienda recordarían a qué hora había salido, bastaba con que algún inspector vinculara su salida de la tienda con la declaración de un testigo ocular, que de seguro se habría dirigido a la comisaría más cercana. Se sentía muy inseguro. Soñaba despierto que dentro de unas horas daría un profundo suspiro y regresaría radiante de gozo a una normalidad nunca hasta entonces tan apreciada, que como que despertaba de una pesadilla, sin llegar a creérselo. Por otro lado consideraba improbable que se descubriera su infracción e imaginaba que el niño no había resultado herido de gravedad. ¿Lo deseaba por el bien del niño o por el de sí mismo? De todos modos no quería que su mujer notara su nerviosismo. En su estado no se veía capaz de mantener con ella una conversación con naturalidad, tendría que generar una escena y, claro, aprovecharía la circunstancia de que se habia olvidado de las llaves. Le preguntaría dónde y cómo había hecho tiempo hasta ahora, incluso aparentaría estar celoso. ¿Cómo podría discurrir el tenso diálogo? ¿Cómo reaccionaría ella? ¿Se ruborizaría, se enfadaría, se reiría, no le tomaría en serior? Necesitaba tener preparadas respuestas para cada una de las reacciones posibles de su mujer. ¿Es así como ensayan en las obras improvisadas? Representaba la escena en su cabeza, una y otra vez. Llamaría a la puerta y en seguida se pondría a actuar. No podía permitirse ser él mismo. Fingiría que se había preocupado de no haberla encontrado en casa a esa hora, le preguntaría desconfidado dónde había estado y con quién etc. Trataría por todos los medios de que la conversación girase y se perdiese en cualquieŕ tema distinto de él mismo.

En esto estaba cuando llaman al timbre. Había llegado el momento para el que en realidad no está preparado. Abre sin otear antes por la mirilla pero no es su mujer sino dos policías, uno joven y otro mayor, los dos con caras de circunstancias. En ese instante imagina vívidamente a una mujer, tiene que haber sido un ama de casa por la hora, que casualmente se asoma y presencia el accidente.

Una voz le despierta.

Habla el mayor. ¿Es usted Pedro Gómez Alcántara?

Tierra trágame, recita inútilmente. Sí, soy yo responde. ¿Qué ocurre?, con toda la naturalidad de que es capaz.

>Su hijo está grave en el hospital. Pensamos que ha sido un atropello. No sabemos nada más.