Un taller, no exactamente un hogar

Un taller es un lugar de ocupación no de ocio y en esto se opone a una vivienda urbana, pues antes las rurales libres eran casas de labor. No es un hogar, o por lo menos no es sólo un hogar. Sin televisión, sin sofás ni sillones. Sin cocina o con cocina, en el taller no se vive para comer sino que se come para vivir sin por ello dejar de aprovechar y de disfrutar de la comida. Un lugar más para producir que para consumir, donde se habla y se anda con cuidado y con consideración por la diversidad del otro.

Tal vez la idea fundamental y tal vez demasiado general de un taller sea la de no establecer oposiciones o dicotomías vitales demasiado marcadas, como por ejemplo:

Tales oposiciones o dicotomías se superan respectivamente mediante la inspiración, autonomía, resguardo, tono (muscular)...

Un jardín o parque puede considerarse un taller exterior o natural.

Un taller valora más el tiempo y sobre todo su aprovechamiento que el espacio.

Tiempo y Taller

-No se puede, no se puede- decretaba el alcalde, a lo que su mujer sentenciaba: -Lo hace por vuestro bien-. El primer artículo de su personal código reza: Prohibido pensar. En el edificio del ayuntamiento habita un vampiro del tiempo. Zombi de apariencia inofensiva, se nutre de la consciencia de los demás. Trata de engancharte a una conversación, polémica o actividad exclusiva suya, te mira a los ojos, le compadeces a pesar de que ni te escucha, y te sorbe la consciencia. Pero acabas regenerándola y recuperándola. Sólo has perdido el tiempo y algo de energía nerviosa.

El mundo está lleno de vampiros del tiempo, al acecho en bares, salones, aceras y veraneos, gente que nunca hace nada ni deja hacer, sin imaginación, que no va a ningún sitio ni se entusiasma y enfrasca, incapaz de apasionarse, de desear que se detenga el tiempo.

Peligrosamente parecidos a brujas...

La prisa

En un taller no cabe la prisa. En él se producen prototipos, es decir objetos más o menos concretos o abstractos irrepetibles. En casos extremos, se inventa. Sin presión por producir a un alto ritmo. Sin prisa pero sin pausa.

Un taller se diferencia de una fábrica en que cada trabajador o participante se considera un individuo, no un ejemplar más de una clase o masa. Uno resulta productivo no por presencia sino por implicación, porque se implica en los procesos. En lugar de jerarquía reina una netocracia. En la fábrica uno con demasiado frecuencia se pliega a una disciplina a la vez que secretamente desea plegar (cerrar e irse) en cuanto suena la sirena.

En el taller uno progresiva y gradualmente se despliega.

Niveles de abstracción

En un taller uno se mueve en un punto medio de abstracción entre la estratosfera del pensamiento puro y la monotonía de las tareas por repetitivas deshumanizantes. Como el hombre en la cosmología china, correctamente ubicado entre la tierra y el cielo.

Y así uno ejerce de su propio ingeniero, científico, filósofo, a la vez que cada uno lo es de los otros, recíprocamente.

Abierto y cerrado

Abrumados, maltratados por la intemperie y la muchedumbre buscamos refugiarnos en algún interior, una edificación, donde encerrarnos por protegernos. El taller aspira a un equilibrio entre abierto y cerrado. Tal vez se impongan unas normas de convivencia, o un período de incorporación, o la distancia justa entre sus participantes o miembros.

El ambiente, temperatura sobre todo, está regulado, pero no completamente. También encontramos ventanas y puertas al exterior, vías francas de entrada y salida.

El taller tampoco está formado por compartimentos estancos, como un edificio de pisos en el que los vecinos apenas se relacionan.

Equilibrio

La principal característica del taller se perfila por tanto el equilibrio, un equilibrio dinámico, pleno de cambio. Donde el individuo evoluciona a la par que su obra.

Sin caer en los extremos del eternalismo y nihilismo, de la abstracción y concreción absolutas, del absolutismo y la anarquía estériles, del hedonismo y el ascetismo...

¡Una propuesta de vivir en el tres!