La caja de óleos

Había acudido temprano, para que me diera tiempo a más recados, a una librería donde pronto encontré y compré la Guía de Campings de ese año. De vuelta me pasé por una tienda de bellas artes y no pude sucumbir a la tentación. Pregunté en el mostrador si tenían cierta caja de óleos de Titan Arts, la gama superior de Titán, y bajaron al sótano a por una. Me volví a casa con ella bajo el brazo, y la oculté a los ojos de mi madre.

Varias aclaraciones pertinentes:

A menudo justificamos nuestras actitudes y actos consumistas con éxitos o afinidades iniciales. Mi relación con el óleo había sido satisfactoria y prometedora en un principio. Notaba que progresaba.


Estos óleos de Titan Arts venían en tubos de 60ml, relativamente grandes.

Diluyendo

Hasta hace poco diluía la pintura al óleo, de por sí demasiado espesa, sólo con aguarrás (esencia de trementina). Había leído que esto dejaba las capas demasiado secas. Aún así tardaba en secarse unos días, los que tardaba el aceite u óleo en oxidarse al aire.

Probé alguna vez a echarle algo de aceite de linaza refinado, pero entonces la pintura tardaba semanas en secarse (oxidarse el óleo).

Finalmente me fabriqué un medio mezclando una parte de aceite de linaza con dos o más de aguarrás de pino. Con resultados satisfactorios y prometedores.

Aprovecho para decir que suele recomendarse:

Dar las primeras capas con muy poca proporción de aceite de linaza y utilizar progresivamente diluyente con más proporción de dicho aceite porque las capas iniciales deben secarse (oxidarse) antes que las superiores o que las cubren.

La oferta de Windsor & Newton

Poco había gastado de mis óleos profesionales cuando me pasé otra vez por la tienda de bellas artes y quedé prendado de otra oferta de caja de óleos de la gama superior de Windsor & Newton, londinense.

¿Serían unos óleos ingleses más apropiados para pintar paisajes, dadas las inclinaciones trotamundos de este pueblo? Me justificaba malamente. De los tubos, de sólo 38ml, más que suficiente, dos eran amarillos de cadmio, más un blanco de titanio y los consabidos dos azules, lo que junto al tubo de verde me permitirían crear variados matices de verde y en grandes volúmenes.

¿Y si se agotaba cuando la echase en falta cuando, es un suponer, supuestamente hubiese gastado los de Titan Arts que ya poseía, tras mucho, pero que mucho pintar?

Este pensamiento, esta obsesión, se adueñó literalmente de mi mente.

Una vez entré en la boca de metro de mi barrio. Bajadas unas escaleras, en un recibidor, se hallaba por una parte la entrada al metro en que llegaría a la tienda de bellas artes a consumar un acto de consumo y por otra parte empezaba un pasadizo hasta un parque.

La primera vez me sentí victorioso por dirigirme al parque en lugar de caer en la tentación. Pensé escribir un escrito, esta página, sobre esta victoria. No por mostrar ni demostrar mi fortaleza, sino a modo de ejemplo.

Otra vez no pude resistir la tentación. He caído, pensaba según me dirigía al lugar de los hechos en el vagón de metro. Pero fragüé un final alternativo.

Decidí preguntar e intentar informarme objetivamente. Buscar motivos y razones para abstenerme de realizar la compra.

Ya que me había pegado el viaje, compraría algo insignificante. Sospechaba que el único tubo de óleo amarillo que tenía era demasiado flojo. Si sólo compraba el tubo no me cargaría de más trastos, de material que tardaría mucho en gastar.

También, en mi cabeza, desmitifiqué al fabricante londinense (Windsor & Newton) y me ceñiría a la gama del español, Titán.

De modo que compré algo, el tubo de amarillo de cadmio, y me cupo en la caja de óleos que ya poseía.

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