Telecomunicaciones textuales: lentas, contadas e intermitentes

Hoy en día demandamos telecomunicaciones globales, audiovisuales, rápidas y continuas.

El prefijo tele significa lejos, por tanto demandamos comunicarnos con gente o máquinas distantes pero contemporáneas. No nos satisfacen las redes de telecomunicaciones de barrio o de comarca, si acaso escuchamos algo de radio local y de música de nuestra ciudad. Por cierto este distanciamiento de la comunicación no significa que sepamos otros idiomas de cultura ni que asimilemos profundamente otras éticas y cosmovisiones. Lo paradójico y triste de las traducciones mediocres es que uno adopta vocablos extranjeros sin salir de su propio universo lingüístico y si me apuras cultural.

Hoy en día pedimos intercambiar medios audiovisuales, no sólo texto. Para que nos hagamos una idea, un libro electrónico ocupa entre dos y veinte millones de bytes, una canción en formato mp3 unos quince millones de bytes y una película entre dos mil y vente mil millones de bytes. Es decir que una película que consumimos en hora y media ocupa mil veces más bytes que un libro que consumimos en quince o en ciento cincuenta horas.

Con rápidas quiero decir con un gran ancho de banda, muchos miles de bits por segundo, para poder recibir video por ejemplo. (Otro parámetro fundamental en las redes es la latencia, lo que tardan los datos en viajar del punto de origen al de destino.) Incluso preferimos tarifas planas, nos dejan más tranquilos, nos permiten consumir una cantidad no contada (ni pagada) de datos.

Todo este consumo y disponibilidad de datos consume recursos materiales y humanos y contamina.

Pedimos que la conexión sea continua, que está disponible las veinticuatro horas del día. El requisito de siempre poder estar teleconectados sale más caro porque exige un mayor gasto en mantenimiento y en alimentar los equipos en los momentos en que la energía eléctrica escasea.

Por último pedimos que haya mucho contenido disponible, audiovisual, conceptual etc. Miles de canciones de mi género preferido, miles de novelas de mi línea, miles de periódicos y revistas. Queremos que lo mismo se cuente o se exprese no dos veces bien sino veinte o doscientas veces más o menos bien.


Un modo de población disperso dedicaría menos recursos a las telecomunicaciones. Los habitantes dispersos se comunicarían más con los más cercanos, intercambiarían textos y en general contenidos de poco volumen, y aceptarían interrupciones en la red de telecomunicaciones. Estos contenidos frecuentemente serían clásicos o eternos, sin el brillo de lo reciente. Y estos actos y acciones de telecomunicación aspirarían a transmitir e inculcar modos de ver la vida diferentes al propio.