Placer y capricho
Todo animal, incluido el hombre, muestra preferencia por alguna actividad, no tiende a quedarse parado. Esta actividad se desarrolla independientemente de su utilidad, como cuando los cachorros de depredadores retozan. La pasividad, ver la televisión, tomar el sol, pasear, provienen de haberse reprimido la tendencia a alguna actividad. Los nórdicos tienden a atribuir el adormecimiento de las culturas meridionales a infantilidad, cuando en realidad se debe a exceso de madurez, a una complicación innecesaria, a un estar de vuelta de todo, pura falta de entusiasmo.
Al menos en la cultura española se suele confundir placer con capricho. Mientras que el placer es algo natural que proviene de dar libre curso a nuestras energías, muchas de ellas creativas como son las de trabajar, comunicarse, reproducirse, alimentarse etc, el capricho tiene su origen en nuestras neurosis.
Evidentemente hay muchas situaciones en las que cuesta distinguirlos. Conducir un buen coche puede resultar un placer, pero para ello hemos de adquirirlo (o alquilarlo o, más difícil, que nos lo presten) y en ello juega un papel determinante el capricho. De todas maneras la conducción difícilmente puede considerarse una actividad activa, a menos que se ejerza profesionalmente (para trabajar) o al servicio de otros. Tal vez el placer bien entendido sea activo y el capricho sea pasivo.
Esta confusión entre placer y capricho tiene su origen en la religión dominante. El Mundo es malo, y el placer conlleva un apasionarse con ese Mundo. Nuestros intelectuales deben de haber vivido atormentados por la aparente contradicción de que lo que más apreciamos, la vida, surge de un placer, el mal llamado sexo. A partir de ahí se ha tendido a envolver en un halo de misterio el hecho de la reproducción humana y se ha ocultado la relación entre determinadas actividades mal llamadas íntimas, el coito, con la creación y crecimiento de algo tan noble como es la familia. Somos hijos del pecado.
Y no sólo el sexo-reproducción, sino también el trabajo se ha interpretado aberrado por esta confusión. En el plano de lo laboral la confusión se materializa en el concepto de mérito. Si algo ha costado sudor, dolor y tiempo para producirlo, en esa medida poseerá esta misteriosa cualidad, esta propiedad intangible. Es curioso que en el otro idioma, en inglés, la misma palabra (merit) posee una connotación ligera y significativamente diferente, la de algo bueno, favorable o virtuoso (virtud).
Por eso el trabajo en el mundo mediterráneo tiende a considerarse una maldición, una condena, un aspecto negativo de la realidad. Uno no espera realizarse en el trabajo, a menos que peque de ingenuo. Uno se gana la vida o engañando (político, venta agresiva), o trabajando lo mínimo (negociante, tratante...), o fingiendo que trabaja, o trabajando con la lengua (atención al público) o en unas situaciones absolutamente privilegiadas e improductivas (funcionario), o sufriendo en lugar de trabajar (empleado) etc. Esto al final ha llevado a la situación de que se haya tenido que importar a millones de extranjeros para que verdaderamente se trabaje. No es una cuestión de que los inmigrantes hayan llegado para limpiarnos los váteres sino que a los españoles por una u otra razón no nos es dado trabajar, y alguien lo tenía que hacer.
Y en tanto que educación, este sistema enseña a dividir la realidad en placer y deber. La personalidad en ciernes consta en gran medida de una clasificación de todo en lo que me gusta y lo que no me gusta. A muchos no les gustará la escuela pero sí la piscina, mientras que el empollón preferirá el aula al patio. En la vida adulta, normalmente el deber pasa a identificarse con el trabajo y el placer con el ocio. De este modo los ciudadanos han acabado pidiendo menos horas de trabajo y más remuneración en lugar de trabajo más interesante y creativo, menos repetitivo y agotador... De hecho las expresiones inglesas career satisfaction o job satisfaction no han calado en nuestra cultura. El trabajador español no anhela un empleo mejor, sino jornadas más cortas, y se ha adaptado a aguantar, esa cualidad tan española.