La Revolución Verde

El término Revolución Verde alude a la renovación de la agricultura iniciada en Méjico en los años cuarenta. Cuando se vio que había multiplicado la producción agrícola de este país, sus técnicas se difundieron por todo el mundo en las siguientes dos décadas, lo que aumentó significativamente el número de calorías producidas por hectárea donde se practicó.

Los inicios de la Revolución Verde se suelen atribuir a Norman Borlaug, un científico estadounidense interesado en la agricultura. En los años cuarenta realizó investigaciones en Méjico y creó nuevas variedades de trigo de alto rendimiento resistentes a enfermedades. Combinando estas variedades con la mecanización, Méjico en los años sesenta pasó de importar casi la mitad del trigo a producir más que el demandado por su población.

Para que estas innovaciones siguieran generando más alimentos para una población mundial en aumento, la Fundación Rockefeller y la Food Foundation (Fundación Alimentaria) así como otros organismos del mundo subvencionaron más investigaciones. En 1963 con ayuda de este dinero Méjico constituyó un instituto de investigación internacional, el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo.

También otros países se beneficiaron de la labor de Borlaug y otros centros de investigación. La India por ejemplo estaba al borde de la inanición a principios de los sesenta debido al rápido crecimiento de su población. Borlaug y la Fundación Ford realizaron allí investigaciones y crearon una nueva variedad de cereal, IR8, que producía más grano por planta cuando se cultivaba en regadío con fertilizantes. Actualmente la India es uno de los principales productores de arroz y el empleo de la IR8 se ha difundido por toda Asia en las décadas que siguieron a su implantación en la India.

Los cultivos introducidos durante la Revolución Verde se caracterizaban por un alto rendimiento en el sentido de que se trataba de variedades seleccionadas por responder a los fertilizantes y por producir una cantidad superior de grano por hectárea cultivada.


Los términos con los que se suelen describir las ventajas de estas variedades son el índice de cosecha -proporción de planta que crece por encima del suelo-, incremento de la fotosíntesis -y de la síntesis de hidratos de carbono en consecuencia- e insensibilidad al fotoperíodo o número de horas de sol. En la Revolución Verde se seleccionaron las semillas más grandes, cuya descendencia mantuvo su tamaño, asociado a una mayor proporción de alimento por planta y de porción de planta que sobresalía del suelo, lo que a su vez iba asociado a una mayor dedicación fotosintética. Por último, al conseguir variedades menos dependientes de la longitud del día Borlaug y otros investigadores duplicaron la productividad de un cultivo dado ya que ya no estaba limitado a zonas muy soleadas.


El mito de la Revolución Verde es que las semillas milagrosas que produce multiplican la cosecha de cereales y por tanto son la clave para terminar con el hambre en el mundo. Mayor rendimiento significa más ingresos para los agricultores pobres, que así podrán salir de la miseria, y más cantidad de alimentos implica menos hambre en el planeta. Ocuparse de encontrar las causas que llevan a la pobreza y al hambre lleva demasiado tiempo y la gente está muriendo de desnutrición ahora. Así que debemos hacer lo que podemos ya: incrementar la producción.

La agricultura se transformó radicalmente. Como la Revolución Verde se fundamentaba en el empleo de los fertilizantes, sin ellos no se conseguían los altos rendimientos. La irrigación condicionó en qué areas se podía cultivar. Anteriormente se dependía de la pluviosidad, pero ahora el agua se podía almacenar y enviar a zonas más secas, lo que aumentaba la superficie cultivable y la cantidad de alimento producido. Además, la creación de semillas de alto rendimiento hizo que sólo se cultivaran unas pocas variedades de cada alimento. En la India por ejemplo había 30.000 variedades de arroz antes de la Revolución Verde, mientras que hoy sólo quedan unas diez, las más productivas. Esta gran homogeneidad de las cosechas las volvía más vulnerables a la enfermedad y las plagas porque no quedaban ni variedades inmunes a ellas ni suficiente diversidad para combatirlas. La protección se obtuvo empleando cada vez más pesticidas.

Las tecnologías de la Revolución Verde multiplicaron exponencialmente la cantidad de comida disponible en el mundo. En países como la India y China donde se vivía con miedo al hambre no se ha vuelto a experimentar desde que se planta arroz IR8 y otras cosechas.

Críticas a la Revolución Verde

En seguida se vieron inconvenientes en la Revolución Verde: dificultades de almacenamiento, excesivo coste de semillas y tecnología complementaria, dependencia tecnológica, tener que abandonar los cultivos tradicionales, mejor adaptados, o la aparición de nuevas plagas. Se criticó la Revolución Verde desde diversos puntos de vista, desde el ecológico al económico, pasando por el cultural e incluso nutricional.

En consecuencia se crearon movimientos que luchaban por la disminución del uso de agroquímicos. La Federación Internacional de Movimiento de Agricultura Orgánica resume: [...] todos los sistemas agrícolas que fomentan la producción sana y segura de alimentos y fibras textiles desde el punto de vista ambiental, social y económico, que parten de la base de la fertilidad del suelo para una buena producción, respetando las exigencias y el medio ambiente en todos sus aspectos. La agricultura orgánica reduce considerablemente la necesidad de aportes externos al no utilizar abonos químicos, plaguicidas ni otros productos de síntesis, sino que deja que sean las poderosas leyes de la naturaleza las que incrementen tanto los rendimientos como la resistencia de los cultivos.

En cambio la agricultura industrial se apoya en cuatro grandes pilares: la maquinaria agrícola moderna, los agroquímicos, la biotecnología y los sistemas de riego. De los cuatro, los dos primeros están relacionados directamente con la disponibilidad de petróleo. Así pues, de la misma manera que la agricultura industrial ha sido un factor importante para la transición demográfica, el derrumbe de ésta al agotarse el petróleo puede suponer futuras hambrunas, crisis alimentarias y un aumento drástico en la mortandad a nivel mundial.

El trabajo de Borlaug, según sus defensores, refutó algunas de las predicciones catastrofistas del ecologismo. Los daños causados por los pesticidas y fertilizantes y las muertes, escasísimas, por ellos ocasionadas son insignificantes en comparación con las vidas que ha salvado su revolución, que se calculan en unos 1000 millones.

El mismo Bourlaug consideró la creación de transgénicos como una prolongación natural de su propio trabajo en la revolución verde que debe continuarse, y que la oposición a los transgénicos proviene del mismo tipo de activismo ambiental -anti-científico desde su punto de vista- que cuestiona los logros de la revolución verde: Lo dicen porque tienen la panza llena. La oposición ecologista a los transgénicos es elitista y conservadora. Las críticas vienen, como siempre, de los sectores más privilegiados: los que viven en la comodidad de las sociedades occidentales, los que no han conocido de cerca las hambrunas.

Los beneficios derivados de los rendimientos de la llamada Revolución Verde son indiscutibles, pero han surgido algunos problemas. Los dos más importantes son los daños ambientales y la gran cantidad de energía que hay que emplear en este tipo de agricultura. Para mover los tractores y otras máquinas agrícolas se necesita combustible; construir presas, canales y sistemas de riego requiere energía; para fabricar fertilizantes y pesticidas se emplea petróleo; para transportar y comerciar por todo el mundo con los productos agrícolas se consumen combustibles fósiles. Se suele decir que la agricultura moderna es un gigantesco sistema de conversión de energía, petróleo fundamentalmente, en alimentos.

Es evidente que la agricultura actual exige fuertes inversiones de capital y un planteamiento empresarial muy alejado del de la agricultura tradicional. De hecho de aquí surgen algunos de los principales problemas de la distribución de alimentos. El problema del hambre es un problema de pobreza. No es que no haya capacidad de producir suficiente comida, sino que las personas más pobres del planeta no tienen recursos para adquirirla.

En la agricultura tradicional, también llamada de subsistencia, la población se alimentaba de lo que se producía en la zona próxima a la que vivía. En el momento actual el mercado es global y enormes cantidades de alimentos se exportan e importan por todo el mundo. Por tanto paradójicamente podrían pasar hambre los pobladores de zonas con superhábit.

Por último, la difusión del monocultivo crea ecosistemas simplificados y por lo tanto muy inestables especialmente vulnerables a las enfermedades y a las plagas.

Transición agrario-alimentaria

~ Richard Heinberg, Michael Bomford, Ph.D., The Food and Farming Transition: Toward a Post-Carbon Food System

Por qué esta transformación es necesaria

A lo largo de un siglo la producción agrícola se ha más que triplicado. Esta victoria sin precedentes en nuestra búsqueda de alimento seguro y abundante se ha debido en gran medida al desarrollo de fertilizantes sintéticos, pesticidas y herbicidas, nuevas variedades híbridas, irrigación de zonas áridas e introducción de maquinaria agrícola motorizada.

En la base de estas estrategias de mejora de la producción han estado los conbustibles fósiles, en especial petróleo y gas natural. El gas natural aporta el hidrógeno y la energía necesarios para sintetizar la mayoría de los fertilizantes nitrogenados, y es junto con el petróleo la materia prima de otros compuestos agrícolas tales como pesticidas y herbicidas. El petróleo propulsa la mayoría de la maquinaria agrícola (y a menudo también las bombas de riego) y ha posibilitado el que aumenten el volumen y la distancia recorrida por festilizantes y alimento, que hoy viajan en grandes cantidades por todo el planeta de donde abunda a donde escasea, gracias a lo cual incluso se han podido construir ciudades en desiertos.

El empleo de combustibles fósiles en agricultura ha permitido que la población creciera de menos de dos mil millones al comienzo del siglo XX hasta los casi siete mil millones actuales. Mientras tanto ha cambiado radicalmente nuestro modo de alimentarnos.

Sobre todo en las naciones industrializadas la agricultura se ha diversificado (hay más variedad de alimentos) y se ha centralizado. Hoy en día en la mayoría de los países los agricultores representan una proporción cada vez menor de la población y trabajan campos cada vez mayores. También suelen vender la cosecha a un distribuidor o procesador, que luego entrega alimentos envasados a un mayorista, que a su vez reparte a cadenas de supermercados. Entre consumidor y productor hay varios intermediarios, y en la mayoría de los países la industria de la alimentación ha acabado controlada por unas pocas multinacionales de semillas, agroquímicas y fabricantes de maquinaria agrícola, así como mayoristas, distribuidores y cadenas de supermercados. En EEUU en llevar la comida del agricultor al consumidor se gasta cuatro veces más energía que en producirla.

Además la agricultura se ha mecanizado. Las máquinas que aran, plantan, cosechan, separan, procesan y reparten la comida van a gasóleo. La casi total eliminación del sudor humano y animal de la agricultura ha reducido los costes y incrementado la productividad, lo que supone que cada vez se necesite menos proporción de agricultores.

También han cambiado los insumos. Hace un siglo se guardaban semillas de año a año y los fertilizantes solían generarse en la misma finca en forma de estiércol, aunque también podía obtenerse de fuera. Los agricultores compraban además útiles sencillos así como algunas substancias tales como lubricantes.

Hoy en día el agricultor depende de un conjunto de productos envasados (semillas, fertilizantes, pesticidas, herbicidas, pienso, antibióticos) así como de combustibles, máquinas motorizadas y recambios. El gasto anual que hacen es considerable, lo que les fuerza ha solicitar préstamos cuantiosos.

Desde un punto de vista energético la industrialización presenta una paradoja. Antes de la Revolución Industrial la agricultura y silvicultura producían la mayoría de la energía consumida. Hoy en día la agricultura consume más energía que produce en casi todos los países, sobre todo en los industrializados, donde cada caloría que llega al plato requiere un gasto medio de unas 7,3 calorías para producirse .

Se ha podido crear y mantener esta agricultura consumidora de energía gracias a que la sociedad ha encontrado maneras de extraer y emplear combustibles fósiles, que la naturaleza regala generosamente pero no repone, y que son fuentes de energía increíblemente barata y abundate.

Los beneficios de una agricultura industrial (es decir basada en combustibles fósiles) a la vista están: nuestra agricultura produce alimentos baratos y abundantes. En 2005 por ejemplo una familia estadounidense destinaba por término medio menos del 12 por ciento de sus ingresos a comprar comida, mientras que 50 años antes dicho porcentaje era el doble. Encontramos sin dificultad alimentos exóticos en los supermercados, cuyos estantes ofertan miles de productos distintos El hambre, antes frecuente en todo el mundo, ha desaparecido de la mayoría de los países, y cuando lo hay se debe casi siempre a incapacidad de costearse la comida más que a que escasee.

Un bien no tan bueno

Pero por esta mejora pagamos un precio. De todas las actividades humanas sin duda la agricultura ha sido la que más afecta al medio ambiente. La contaminación por fertilizantes ha creado zonas oceánicas muertas que se extienden desde la desembocadura de los ríos; la búsqueda de más tierra cultivable ha ocasionado una gran deforestación; el riego es causa de la salinización de suelos; los pesticidas y herbicidas del aire y el agua han afectado a nuestra salud así como a miles de especies vegetales y animales, y la simplificación de ecosistemas causada por el monocultivo ha agravado la reducción de hábitats de aves, amfibios, mamíferos e insectos beneficiosos.

La agricultura también contribuye al cambio climático, principalmente por degradación del suelo al liberar el carbono retenido a la atmósfera en forma de anhídrido carbónico, así como por la combustión de combustibles fósiles. El cambio climático a su vez perjudica a la agricultura con sus vaivenes extremos y alteración de las estaciones y regímenes de lluvia.

La industrialización del alimento ha empeorado su calidad. Millones de pobres, clase media e incluso ricos de las naciones industrializadas padecen malnutrición, a menudo oculta y a veces paradójicamente acompañada de obesidad resultante del consumo de comida altamente procesada pobre en nutrientes esenciales. Cuatro de las principales causas de muerte en estos países -enfermedad coronaria, infarto, diabetes de tipo 2 y cáncer- son enfermedades crónicas relacionadas con la dieta.

La agricultura industrial ha transformado la economía mundial para beneficio de algunos y perjuicio de no pocos. Los agricultores que carecen de medios para comprar maquinaria, combustibles y demás ingredientes quedan en desventaja en la economía alimentaria mundial. Esto se ve agravado por las políticas agrícolas de los países exportadores, que subvencionan los productores nacionales e inundan con el sobrante las economías de los países pobres, lo que ahonda la desventaja del pequeño agricultor. La consecuencia ha sido el éxodo continuo de millones de ellos, el fomento (en los países menos industrializados) de cultivos exportables, y la creación de una clase pobre urbana sin tierra (descendiente directa de agricultores autosuficientes) crónicamente malnutrida y hambrienta.

La economía alimentaria centralizada y petrolizada ha ejercido un influjo psicosocial no por sutil menos importante. Los actuales urbanitas viven cada vez más desconectados del origen de su alimento, y compran comida envasada e hiperprocesada sin apenas comprender el daño para su salud ni el perjuicio para el medioambienta que supone producirla. Esta tendencia ha motivado la reacción de los florecientes movimientos de la comida local y la comida lenta, que tratan de recontruir la interconexión entre alimento, cultura y ubicación.

No obstante el mayor mal posible que ha creado la industrialización de la agricultura es la gran vulnerabilidad de la totalidad del sistema a un agotamiento mundial de los combustibles fósiles.

El dilema del agotamiento

Es innegable que los problemas de abastecimiento de combustibles serán inevitable dado el hecho de que ni el petróleo ni el gas natural son renovables y sus reservas disminuyen. Desde los años sesenta se ha descubierto cada vez menos petróleo (con un máximo de descubrimientos de yacimientos alcanzado en 1964). Desde que en 1970 EEUU conoció su máximo de producción muchos otros países han entrado en disminución de su producción petrolera.

Más aún, son cada vez más probables las graves dificultades de abastecimiento a corto plazo dados los problemas económicos y geopolíticos debidos a la actual recesión.

Los analistas petroleros no se ponen de acuerdo sobre la fecha probable del inevitable derrumbamiento, pero hasta los optimistas reconocen que la producción total fuera de la OPEC empezará a declinar definitiva e imparablemente en los próximos años, de resultas que la capacidad productiva restante se concentrará en unos pocos países de una zona políticamente inestable.

El máximo del precio del petróleo alcanzado en 2008 es un aviso de lo que está por llegar. A lo largo de 2006, 2007 y principios de 2008 la demanda mundial había crecido sin que la oferta aumentara. Luego, tras un aumento del precio en la primera mitad de 2008, la repercusión económica del encarecimiento junto con el desarrollo de la crisis financiera mundial provocaron que la demanda disminuyera mucho en poco tiempo. Los precios del petróleo respondieron cayendo en picado.

El máximo del precio del petróleo de 2008 contribuyó a una duplicación casi simultánea del precio de la comida. Otras causas fueron las malas cosechas por sequías y otras condiciones meteorológicas adversas en varios países, el aumento de la demanda energética por parte de economías asiáticas en expansión, la especulación, la depreciación del dólar y la producción de biodiésel. A consecuencia de este encarecimiento a finales de 2008 en más de 30 países hubo disturbios por el alimento.

El empleo de fertilizantes nitrogenados sintéticos, fabricados a partir de gas natural, alcanzó su máximo a mediados de los ochenta en el mundo industrializado, pero continúa aumentando en los países menos industrializados, lo que hace subir la demanda mundial. Los precios de los fertilizantes junto con el del petróleo conocieron un máximo en 2008, lo cuál muestra lo mucho que la industria de fertilizantes depende de la baratura de la energía.

El encarecimiento del combustible no sólo afectó a agricultores -que lo necesitan para sus tractores, así como fertilizantes y otros compuestos agrícolas fabricados a partir de petróleo y gas natural- sino a todo el sistema alimentario: subió el coste de procesamiento, envasado y transporte, y el encarecimiento de la comida generó inflación.

Un efecto indirecto del precio del petróleo en la producción de alimento ha sido el auge de los biocombustibles. Como el petróleo se ha encarecido, los gobiernos han ofrecido cada vez más subvenciones y otros incentivos a la conversión de biomasa en combustible. Esto inevitablemente encarece la comida y afecta incluso a cultivos no convertibles, como el trigo, dado que los agricultores siembran en campos de trigo cosechas destinadas a biocombustible como maíz, colza y soja.

El máximo de 2008, cuyo efecto está aún por evaluar, no fue un suceso aislado sino el comienzo de una tendencia irreversible. El encarecimiento y la escasez afectarán primero a los agriculutores. Ya hay muchos de África cuyos rendimientos se han desplomado cuando continúan con las técnicas industriales que han aprendido (del Banco Mundial, el FMI y otros organismos de ayuda) a la vez que prescinden de la petroquímica que ya no se pueden costear.

Son aterradoras las consecuencias que una escasez tendría para la distribución de comida: si los altos precios o la interrupción del abastecimiento por un conflicto geopolítico repentino impidieran que los camiones repartieran a los supermercados (como casi ocurrió en Gran Bretaña en 2000 y en 2008 por huelgas de camioneros), los estantes no tardarían en vaciarse. El procesado, envasado y conserva para el que nuestro sistema de alimentación necesita tanta energía experimentaría problemas comparables si ésta faltara. Si la inevitable subida del precio del petróleo preocupa, una escasez prolongada daría lugar a una pesadilla casi insoportable.

Una estrategia de supervivencia

La única manera de evitar una crisis alimentaria provocada por subidas del precio del petróleo y gas natural y por interrupciones del abastecimiento y que a la vez la agricultura deje de agravar el cambio climático es tomar la iniciativa de retirar sistemáticamente los combustibles fósiles del sistema alimentario.

Tenemos que cobrar conciencia de que esta transición es inevitable: mantener la situación actual a largo plazo no es una opción. Sólo deberíamos debatir el tiempo disponible para la transición y la manera de realizarla.

El actual sistema alimentario se ha vuelto tan dependiente de los combustibles fósiles que muchas propuestas de desvincularlos del alimento parecerán radicales. Sin embargo, de las medidas debe valorarse no su capacidad de mantener la situación actual sino la probabilidad de que resuelvan el problema fundamental a que nos enfrentamos: la necesidad de alimentar a una población mundial de siete mil millones de personas con una oferta decreciente de combustibles para abonar, arar y regar campos, y para cosechar y transportar las cosechas. Además debemos comprender que beneficia al agricultor reducir su dependencia de los combustibles fósiles y con ello su vulnerabilidad a futuras escaseces y oscilaciones de precio.

Aunque cabe explorar diversos métodos (de los cuales muchos servirán sólo para una región), se disciernen ya algunos requisitos generales de una transición:

  • En general los agricultores ya no pueden contar con que los productos derivados del petróleo y gas natural (principalmente gasóleo, gasolina y fertilizantes y pesticidas sintéticos) sigan disponibles y baratos en adelante, y por tanto deberían modificar sus planes futuros.
  • Los agricultores deberían adoptar abonados regenerativos que generen humus y retengan el carbono en los suelos, con lo que contribuirían a solucionar el cambio climático en lugar de agravarlo.
  • Los agricutores deberían emplear menos pesticidas y aplicar sistemas integrados de gestión de plagas basados en métodos biológicos, físicos y naturales.
  • En sus fincas podría y debería generarse más de la energía renovable demandada por la sociedad. La eólica y la biomasa en particular les reportarían ingresos adicionales a la vez que propulsarían sus labores agrícolas.
  • Los países deben reducir drásticamente el gasto energético del transporte de comida recuperando el carácter local de sus sistemas alimentarios. Esto conllevará apoyo a los productores locales y a las redes locales que median entre productores y consumidores. Deben emplearse medios de transporte más eficientes, como el barco y el tren, en lugar de camiones y aviones, menos eficientes.
  • El final de la era del combustible fósil debe también reflejarse en un cambio de la dieta y hábitos de consumo entre la población general, que optará por alimentos producidos localmente, es decir de temporada y menos procesados. Se fomentará que se abandonen dietas caras en energía y de origen animal.
  • Al haber menos combustible disponible para impulsar la maquinaria agrícola, el planeta necesitará muchos más agricultores. Pero para que cumplan su función deberán abandonarse las políticas agrarias que favorecen la producción a gran escala y para la exportación a la vez que deberán formularse y llevarse a cabo medidas que apoyen la agricultura de subsistencia a pequeña escala, la horticultura y las cooperativas, por parte tanto de organismos internacionales como el Banco Mundial como de gobiernos nacionales y regionales.

Transgénicos, multinacionales, control y destrucción

Las corporaciones dominantes: en semillas: Monsanto, Bayer, Syngenta y Dupont. En fertilizantes, la noruega Yara y Cargill. En alimentos procesados: Nestlé, Unilever, Kraft; en granos, Archer Daniels-Midland, Bunge, Cargill; en distribución minorista, Wal-Mart, Metro y Carrefour.

Pero lo más reciente es la concentración vertical, la formación de clusters a lo largo de todas o varias fases del proceso agroalimentario. Así, Cargill, el gigante de los granos, fertilizantes y alimentos de ganado, se une con Monsanto, el amo de los trasgénicos, y con Krohger para la distribución minorista. ConAgra, gran procesador de comida, hace empresas conjuntas con Dupont. Y otro de los amos de los granos básicos, Archer Daniels, se alía con la gran controladora de innovaciones fitogenéticas, Novartis. El procesador número uno de oleaginosas en el mundo, Bunge, emprende aventuras comunes con la japonesa Zen-Noh, filial de Mitsubishi.

En Rebelion.org también hay mucha información. No se si lo conoces.

En la India, por ejemplo, creo que hasta el propio gobierno subvencionó las semillas el primer año. Plantaron y les fue bien. Las semillas no se pueden guardar de un año para otro, como tú dices, se vuelven estériles. Pero cada año necesitan más y más pesticidas, que te venden los mismos que te venden las semillas. La tierra se agota, y la producción empeora. Los créditos para la compra de semillas no se pueden pagar, y los agricultores se suicidan. Luego está el problema de la polinización. El polen transgénico "contamina" plantas no transgénicas. Entonces los señores de Monsanto llegan por allí, analizan tus plantas y te denuncian. Vas a juicio, pierdes, y te endeudas para pagarles la patente (eso sí, no hay distinción. Pasa en Estados Unidos también). Creo que los que más o menos no se arruinan, empiezan a plantar transgénicos. Ya que los pagan igual...

En muy pocos años, en la India (había leído el dato pero no lo recuerdo), se perdieron muchísimas especies de arroz. Desaparecieron para siempre. Su intención es hacer desaparecer toda variedad de semillas. El problema es el de siempre: si perdemos diversidad, perdemos capacidad de adaptación. Los insectos se reproducen a una velocidad increíble. Así que cada seis meses, cada doce, cada veinte... se hacen resistentes a los pesticidas, y hay que aumentar la dosis de veneno. Por lo que yo sé (no estoy segura), la famosa hambruna en Irlanda, tuvo mucho que ver con que solamente cultivaban una variedad de patata. LLegó una plaga, y estropeó la cosecha. Fueron a América, donde existían unas cuarenta o más variedades de patata, y se trajeron otra...

Algo que he aprendido observando huertos (también lo he leído, pero me he convencido observando), además de la cantidad de "bichos" que hay, es que los insectos son un universo paralelo. Lo mejor que puedes hacer, es no entrometerte. Utilizando pesticidas, te cargas al insecto momentáneamente, pero seguramente te habrás cargado a su depredador también, que además suelen ser más vulnerables. Y cuando éste se haga resistente no habrá depredador. Lo mejor que puedes hacer es dar a las plantas las mejores condiciones que puedas, para que estén sanas y sean menos vulnerables. Y diversidad. A veces tienes la sensación de que todo se parece: monocultivos, monosociedades, monociudades... cada vez más uniformes.

Ah! ¡Qué se me olvidaba! Luego está el negocio de los agrocombustibles ¿a quién van a pertenecer las semillas que se plantan, aunque no sean las más adecuadas para ello?

Y en África conozco el caso del cacahuete transgénico. No recuerdo dónde, deforestan para plantarlo para "polinizar" y hacerse con el control del cacahuete. Hay una acción, que no recuerdo qué nombre le dan, que está relacionada con la "mujer de los árboles", que tampoco recuerdo cómo se llama... ¿algo de Watari? A golpe de porra, arrancan los cacahuetes y plantan árboles. Se los arrancan poco después, pero es una acción preciosa de resistencia...

Creo que es casi todo lo que se :)

~ Olivia, en http://elblogdefarina.blogspot.com.es/2008/10/ecoaldeas-y-comunidades-sostenibles.html, del 30 de octubre de 2008.

¿Puede la Revolución Verde alimentar a más gente?

En primer lugar, se tienen serias dudas sobre si estamos comiendo bien. La calidad de los alimentos podría haber bajado.

En segundo lugar, la Revolución Verde podría no ser sostenible. A primera vista, depende de los combustibles fósiles para propulsar las máquinas, bombear el agua, fabricar fertilizantes etc.

La Revolución Verde no es comparable a modelos de abonado con materia orgánica descompuesta y propulsión animal porque cultiva sobre un suelo inerte.

Por último, el único dato clave de la Revolución Verde es que maximiza la rentabilidad del trabajador, no la de la superficie de tierra. La misma parcela bien podría generar más o mejores alimentos con métodos orgánicos.