Simplificación o adaptación escolar

Entro en la biblioteca de mi urbanización y como estoy sólo curioseo a placer y sobre la mesa del bibliotecario descubro un xilófono de metal, o metalófono. Desconozco de dónde viene ni a que manitas irá a parar, si llega a volver a usarse. El objeto en sí me parece una excelente idea, dado que las teclas, en este caso tubos, de metal no se desafinan. Un instrumento barato de construir, intuitivo de tocar y que desarrolla la coordinación motora fina. Por otro lado el pobre instrumento consta de tan sólo siete tubos, o notas. ¿Las naturales?

Caso análogo ocurre con la flata dulce. Para empezar, las flautas dulces escolares llevan los agujeros dispuestos a la alemana para simplificar la digitación (=cómo se ponen los dedos) del primer FA, a costa de que el resto de las notas queden ligeramente desafinadas, según he leído. Pero es que incluso la profesional, bien afinada en todas sus notas, adolece de dos no pequeños defectos:

  1. las notas alteradas o no naturales resultan mucho más difíciles de dar que las naturales, con lo que se empuja al alumno a quedarse en unas pocas escalas, y
  2. sólo abarca (registro) dos escalas, y las más altas resultan tremendamente difíciles de hacer sonar limpiamente.

Coste de material real

En muchos casos, si no en la mayoría, el material de calidad profesional sale más caro. Pero la relación calidad-precio es mejor. No trae cuenta. En bellas artes, unas pinturas de gama de estudiante cuestan la mitad, pero son mucho peores que las de gama de artista.

El problema de fondo: gradación e infantilización

El sistema escolar está basado en el principio de la gradación: todo contenido debe simplificarse y presentarse al nivel de conocimientos del alumno. Nunca se pide ni se espera un salto cuántico del alumno. Esto justifica deformar o infantilizar las materias que se imparten.