El libro de todos los libros

En mis años universitarios contacté con grupos budistas. Frecuenté una temporada un centro del linaje del Dalai Lama, los gelugpa. No me enseñaban con un sistema. Un día me enteré de que había que pagar una cuota. Un miembro estadounidense me invitó a visitarle en las Alpujarras y acepté.

Mi versión preferida de por qué escogí estudiar Filología Hispánica es que buscaba un supuesto libro o libros que supuestamente me daría todas las respuestas. Hasta entonces había querido estudiar Físicas, y antes Ingeniería.

En el autobús que subía a las Alpujarras el joven de al lado, Alfonso, leía Las canciones de Milarepa. -¡Qué casualidad!--exclamé. ¡Un libro budista! Surgió una conversación de la cuál saqué la recomendación de otro libro titulado Shambhala: la senda sagrada del guerrero, no estrictamente budista. A la vuelta lo compré, lo leí, me convenció y les busqué. Alfonso había puesto en marcha un centro Shambhala en Madrid, el primero y precursor de varios de España. En estos centros se mantuvieron dos ramas, shambhaliana y budista, ambas fundadas por un tulku o alto lama que se casó y vivió en el mundo.

El libro en cuestión transmitía un mensaje laico, por contraposición a religioso, utilizaba un lenguaje diferente del budista y reconocía el valor y la verdad de tradiciones no budistas de Oriente y Occidente. Ofrecía un programa de estudios más sencillo, más corto y menos intelectual que el budista, y sin ningún artículo de fé, de ahí lo de laico. Una práctica fundamental, la Meditación, coincidía empero con la de cualquier otra escuela budista. (La organización tenía prestigio de enseñarla bien, con un sistema.) No sabría explicar qué vi en este libro ni por qué creía que contenía una sabiduría profunda y completa. ¿Por el misterio? ¿Por el aire marcial? Durante años dejé de definirme budista, y ni siquiera hoy lo necesito.