El cubo de la basura

A menudo no reparamos en ese componente fundamental de la vida moderna y en todo lo que conlleva: el cubo de la basura. Va asociado a toda una manera de concebir la existencia. Compro, consumo y genero unos residuos que deposito en el retrete, lanzo al aire o introduzco en un depósito vaciable. (Con un poco de suerte no percibiré el coste de que se lleven mis residuos.) Una especie de agujero encargado de hacer desaparecer lo que desechamos.

Muchos de mis congéneres consideran un derecho inalienable disponer de alguna forma de cubo de la basura, papelera pública etc. Alguien, el Estado por ejemplo, ha de encargarse de recoger esa basura y llevarla a donde no moleste ni perjudique.


Nuestro consumo en general y la cantidad de residuos generados en particular dependen del producto de la población total por lo que consume o contamina cada cuál. El plan progresista propone ser cada vez más y que cada uno consuma cada vez más, pero reciclándolo todo y no contaminando nada.

Por alguna razón se nos inculca que esto se consigue mejor si vivimos en ciudades.


He observado que desde hace unos años cuando uno compra una caja de té en bolsas cada bolsa red viene a su vez dentro de otra de plástico o de papel. Supongo que con el tiempo habrán desaparecido las de plástico, que tiene mala fama, aquí todo funciona por prestigios, si bien esta segunda bolsa resulta innecesaria, por mucho que queramos blanquear el consumo de papel.

Quiero decir que esa segunda bolsa de papel habrá que reciclarla, cuando perfectamente se podría haber prescindido de ella. (¡Ni siquiera cumple una función higiénica!) Tal vez los consumidores prefieran encontrársela y le dé un aire de distinción al producto, pero en ese tipo de situaciones el Estado debería intervenir.


Gran parte de esos residuos son envases, materiales en los que va envuelta la cosa en sí. ¿Podríamos generar menos envases? Tal vez para disfrutar del acto de consumo necesitemos recibir en nuestros brazos entusiasmados ese paquete, elegir entre abrirlo destructivamente o no destructivamente, extraer la cosa en sí aún protegida por más cartones, plásticos, espumas y corcho blanco, hasta por fin sostener en nuestras manos el objeto limpio, reluciente y nuevo.


Paseando por mi urbanización de gente bien noto cierto tráfico excesivo de furgonetas de reparto. Lo que contrasta con mi experiencia de vivir en un camping relativamente aislado y de hacer una compra sólo cada diez días. Acabamos llenando nuestros hogares de plástico, a menudo de artículos de mala calidad. Comprar poco y bueno contamina menos. También contamina menos nuestras mentes, por minimalismo.