¿Necesitamos tanta gente en el mundo?
La población mundial se acerca a los ocho mil millones de personas. Cuesta creer que cada una de esas personas desempeñe una función única y diferente, ni por asomo imprescindible. Casi todas las tareas y trabajos que desarrollen estarán horrísona y cacofónicamente repetidos. Pero cuanta más gente consuma un mismo bien más barato saldrá producir dicho bien, por pura economía de escala.
En una economía manual como las de antes de la Revolución Industrial se tendía a necesitar una cantidad fija de horas de trabajo para producir cada unidad de alimentos, vestido, vivienda. Daba igual que se fuera muchos o pocos. De hecho la actual economía del ladrillo ofrece el atractivo de seguir requiriendo mucha mano de obra, de lo contrario se caería en un abaratamiento insufrible.
Hay que inventar la atención personalizada, multiplicar ad infinitum y ad nauseam la variedad que se oferta y se demanda. De todas maneras, si un uno por mil se dedicara a escribir, pintar, componer, es decir a crear arte, música, literatura, ¡no nos daría el día para disfrutar
de sus producciones! No, ni aunque sólo creara un uno por diez mil, seguirían produciendo mucha más cultura de la que conseguiríamos asimilar.
Si un uno por mil de la población adulta mundial se dedicara a investigar, inventar y desarrollar tecnologías que nos mejoraran la vida, ¿se imaginan? sobrarían casi todos o se dedicarían a realizar tareas meramente administrativas dentro de la investigación y desarrollo. No se concibe un uso digno que dar a tanta población que no sea consumir.
La gran actividad económica de nuestro tiempo consiste en inventar nuevas necesidades, las llamadas necesidades creadas. En encarecer la vida, en desordenar.
Podríamos anular la pregunta respondiendo que podemos permitirnos ser tantos y muchos más mientras vivamos de manera cada vez más ecológica...